Arena, sol y viento, reinan en la inhóspita Guajira, departamento al norte de Colombia, donde también manda el hambre y la sed. Los pozos se hacen polvo junto con los niños que mueren por deshidratación. Aunque no llegaron los acueductos, sí lo hicieron los camiones de la empresa de refrescos Postobón, prometiendo a los Wayuú, una dulce bebida que aporte valor nutricional. Este néctar artificial, llamado Kufu, fue entregado gratuitamente hasta finales del año 2017 a niños de diferentes resguardos indígenas.

El interés de Postobón no se ha quedado solo en la repartición de bebidas, aseguran personas de la comunidad y funcionarios del Ministerio de Salud, se han realizado exámenes de sangre en niños que participaron del programa, convirtiendo esta población vulnerable en el conejillo de indias de la industria.

Los resultados son evidentes, Postobón pretende recoger evidencia científica de las bondades del producto, pero ha elegido el camino corto y menos ético, la prueba en niños pertenecientes a una de las comunidades más vulnerables del país. Este tipo de investigaciones debe ir acompañado por autorización expresa del Ministerio de Salud, el cual el gigante de las bebidas ha pasado por alto, dando pasos enormes por demostrar los efectos “nutricionales” de su producto, pisoteando los derechos de los menores.

El daño ha ido más allá de usar a los niños Wayuú como sujetos de experimentación. Al entregarles tres bebidas carbonatadas diarias, se les ha incursionado en el consumo de refrescos, más allá del Kufu, estos niños por su tradición indígena no consumían este tipo de productos. Y ya conocemos las consecuencias de estos hábitos: diabetes temprana y obesidad.

Ayudar una comunidad indígena no implica abarrotarlos de productos occidentales para que coman sin medida, sus tradiciones hacen que durante años lleven una dieta propia de su cultura y, romperla abruptamente trae consecuencias en su salud.

Postobón de seguro sacará provecho a su investigación de proceder cuestionable, con nuevos productos que produzcan millones, mientras los niños Wayúu siguen muriendo de sed rogando a Juyá, la deidad de la lluvia, por algo de clemencia.