Desconocida y oculta se ha mantenido la Sierra de Chibiriquete, en ella la densa selva protege una naturaleza primitiva
La selva tropical húmeda de la Sierra del Chiribiquete, alberga los más exuberantes biomas, infinidades de formas de vida, mayormente endémicas que se relacionan entre sí. El bosque es de tal densidad que se muestra de lejos impenetrable, de cerca, un universo incognoscible, el bosque hipnótico va cambiando su composición y forma conforme cambia su suelo y su historia.
Desconocida para el común de las personas, la sierra ha permanecido oculta, más aún para la ciencia. Montañas, colinas, mesetas y valles cubiertos de selva, con más de 280 mil hectáreas, la Sierra del Chiribiquete, se extiende entre los departamentos del Guaviare y el Caquetá en el corazón de la región amazónica de Colombia. La topografía es alucinante, una de las regiones del mundo que se mantiene aún de carácter prístino y donde la mano del hombre no ha hecho mella. Al sur la selva tropical húmeda, con los pasos al norte se levantan las mesetas cobijadas por el río Ajaju. El nuevo mundo ha abierto los ojos y el secreto de este lugar suspendido en el tiempo ha sido revelado, en 1989 se declara la sierra como Parque Nacional Chiribiquete. La ciencia ha de acompañar la llegada del nuevo mundo a las tierras primitivas, antes de su declaración como parque nacional, se cuenta con una única exploración documentada por parte del botánico Richard Evans Schultes en 1943.
El Chiribiquete una vez estuvo sumergido en el mar poco profundo, millones de años se acumularon en uniformes capas de cuarzo, que cristalizaron la arena formando cuarcita, una de las rocas más antiguas y duras que existen. En la siguiente etapa geológica, la meseta se elevó sobre el mar, y con las presiones liberadas, la masa de roca se expandió formando rajaduras verticales, el agua de la lluvia fue entrando por las fisuras expandiendo la masa y haciendo que los bloques de arenisca cayeran formando esos sólidos de apariencia arquitectónica. Los ríos se sumaron a la erosión, formando grandes cañones y creando los Tepuyes, esa característica meseta rocosa. Chiribiquete, formado con la sabiduría del tiempo y con la única intervención de la naturaleza, lugar sagrado elegido por los Carijonas para dejar su marca.
La Serranía se pone al descubierto
Carlos Castaño Uribe, asumió la Dirección de Parques Nacionales en 1986. Con la responsabilidad a cuestas, se embarcó en un vuelo para conocer milla a milla la tarea que le esperaba como director. A bordo de un Cessna 206 monomotor, se dirigía en un vuelo de control y vigilancia al trapecio amazónico, destino: El Parque Nacional Amacayacu. Sobrevolando San José del Guaviare, una tormenta sorpresiva hizo derivar la ruta hacia el sur por algo más de una hora, allí, desde el aire y guiado por la tormenta, Castaño observó la serranía que no aparecía en la cartografía disponible, la geomorfología del sitio era totalmente desconocida para el antropólogo, un sitio realmente atípico comparado con el relieve del resto del país.
Muchos sobrevuelos de la serranía fueron acrisolando en Castaño el deseo de poder caminar en ese sitio, lo cual solo se dio hasta el año 1990 con las primeras expediciones.
En la distancia y desde el monomotor, Castaño se maravilló por una gran cantidad de aspectos de la Serranía, pero una extraña mancha rojiza que le pareció anómala se convirtió en una obsesión, sin saber que esta sería el eje de su vida profesional.
La Primera Exploración
En 1990 se realiza la primera exploración oficial con participación de la Agencia Española de Cooperación Internacional, el Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional y el hoy extinto INDERENA. La primera expedición se asentó en la meseta Chibiriquete, dos años más tarde se adentraron al norte, y la última ese mismo año, se ocupó de los estudios de botánica, zoología y arqueología.
El terreno virgen multiplicó las expectativas de los expedicionarios. Estudios en los Tepuyes de Venezuela, que comparten la misma formación geológica de la serranía, revelaron la existencia de nuevas especies, dado que este tipo de aislamientos favorece los endemismos. No se esperaba menos del Chiribiquete.
La primera exploración visitó el cerro del Macuje, un amplio sector del valle de las Abejas, luego, más al norte, una porción del valle de los Menhires y del Macizo. Estos ecosistemas se encuentran entre 500 m y 800 m de altitud.
Pilar Franco, científica adscrita al Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, y participante de la expedición, describe la recolección de 2.253 especies de plantas vasculares, identificando el material botánico en la medida de lo posible. El equipo de investigación logró construir un catálogo de material biológico, llegando hasta el nivel taxonómico de Especie. En términos de la flora vascular, es decir aquellas plantas que sobresalen por sus hojas grandes, de carácter pinado y prefoliación circinada, la expedición logró representar 587 especies en 350 géneros y 119 familias. Franco concluye en que la flora de la serranía, tiene una similitud florística con la región amazónica, y las familias que más presencia tienen en este ambiente son Piper, Psychotria y Miconia, en vegetación abierta predominan los géneros Navia y Xyris.
Colombia ha sido un lugar de encuentro de científicos ornitólogos nacionales y extranjeros, si bien han explorado buena parte de Sudamérica registrando los tipos de aves existentes y conocidos, en Colombia se presentan registros de nuevas especies, no sólo para la fauna conocida en el país, sino para la misma ciencia. Una de las áreas apenas en proceso de exploración es la Sierra del Chibiriquete. Mario Díaz y José Luis Tellería de la Universidad Complutense de Madrid, junto con Gary Stiles del instituto de Ciencias Naturales, comparten los resultados del análisis zoogeográfico de la avifauna de la serranía. El proceso metodológico consistió en observaciones y colecciones de las aves, es decir, estas son capturadas a través de líneas de redes ubicadas en cada tipo de vegetación, a las especies coleccionadas se les realiza una serie de mediciones morfológicas, esta expedición logró mediciones de un total de 124 individuos de 41 especies diferentes. Los especímenes recolectados fueron depositados en la colección ornitológica del Instituto de Ciencias Naturales.
Encuentros felices se dieron por parte de estos primeros exploradores, ancestros de lo que podría ser la piña que cultivamos en la actualidad en medio de una grieta, o plantas que desafían las leyes de la evolución y permanecen sin cambios ni variaciones con el correr del tiempo. Con cada hallazgo, el cansancio se va acumulando en los exploradores, la inhóspita región no da lugar a comodidades, y las provisiones son limitadas. El trabajo de campo obliga a levantarse muy temprano cada mañana y una sola muestra puede implicar el esfuerzo físico de trepar un árbol para alcanzar su follaje, recolectar las especies a bolsas llenas y cargar con ellas de regreso al campamento, para cerrar tarde en la noche con una primera categorización del material.
En esta zona selvática los alimentos son escasos, más para un animal como el cocodrilo, toda una sorpresa para los investigadores, que en edad adulta llega a medir hasta dos metros de largo, con unas necesidades alimenticias importantes. Se destaca también en esta expedición la identificación de nuevas especies de reptiles.
Las dificultades del territorio se extienden a los insectos, a pesar de ser mayoría en términos de individuos vivos en todo el planeta, no la tienen fácil en la parte alta de la serranía, pero se las arreglan para sobrevivir, las condiciones son difíciles para todos los seres vivos que pueblan la región, algunos animales gastan una gran cantidad de energía en recorrer distancias en busca de alimentos, con el efecto adverso de la competencia y la lucha por sobrevivir.
La campaña terminada, y con la conclusión de que la serranía encierra todavía muchas sorpresas se eleva el helicóptero de la primera exploración, no sin antes sobrevolar 30 lugares de interés arqueológico que se logró identificar en las laderas de las mesetas, donde la huella de los primeros pobladores de la región, se asentó y dejó su marca en impresionantes pinturas sobre la roca: manadas de animales, escenas ceremoniales, guerras tribales, registro de una historia cuyo único testigo vivo, es la misma roca, viva por cada ser que surge de sus grietas. Las manchas rojas a las que el Director de Parques Nacionales ha entregado su vida.
Expedición Colombia Bio – Chiribiquete
Más de 25 años han pasado de aquella primera expedición, y con la misma emoción, Castaño se prepara para despegar desde San José del Guaviare, acompañado de un grupo de científicos y un documentalista, esta vez como director científico de la Fundación Herencia Ambiental Caribe. Tras una hora larga de vuelo, el helicóptero dejó al grupo bajo el abrazo de la espesa selva.
Castaño explica cómo la Sierra del Chiribiquete es el centro del mundo, no solamente del suyo, sino en su expresión literal, pues sobre ella atraviesa la línea ecuatorial. Acorde a la cosmogonía indígena, esos huecos sobre la masa rocosa, denominados también como oquedades, se asocian con la idea de que el padre sol, encuentra el sitio adecuado con su luz para crear la humanidad y los elementos que constituyen el cosmos. Es el lugar del origen de la vida bajo esta cosmogonía.
Gran parte del equipo que inició en la primera expedición aun participa de las exploraciones a la Serranía, otros como Castaño, también le han entregado su vida a la roca.
La misión de los investigadores en su propia voz, es la de generar conocimiento para tomar mejores decisiones, extraer la mayor cantidad de información y en el menor tiempo posible, de forma que se pueda justificar ante la opinión pública, que la Serranía Chiribiquete no puede correr el mismo destino de otras regiones del país.
Las manchas rojas que cautivaron a Castaño, testigo pictórico de los albores de la humanidad, tienen una datación por pruebas de carbono de hace 20 mil años, una cifra inquietante para el paradigma científico de cómo se pobló esta parte del mundo, pues acorde con la historia que conocemos, el poblamiento de América se dio apenas hace 12 mil años.
La pintura rupestre y su datación, ha sido suficiente para declarar la zona además de parque, Patrimonio de la humanidad, dándole el valor natural, y cultural. De esto se deriva que la restricción de acceso al Chiribiquete sea aún mayor a la que ya impone la naturaleza, por lo que esta expedición ha tenido la fortuna de ser testigos oculares de la pintura rupestre.
Muestra de las dificultades que implica una expedición como esta y su labor científica, es que iniciando el recorrido, cruzaron camino con una de las guerrillas colombianas, que tradicionalmente han usado el Chiribiquete como zona de paso y escondite, culpables en parte, del desconocimiento que tienen las personas sobre su propio país, pues más allá del miedo a la selva, está el miedo al secuestro o a la muerte a manos de grupos armados. Por fortuna de los expedicionarios el cruce no tuvo mayor consecuencia.
Pasado el susto, llegó el momento de escalar la roca para ver de cerca la pintura milenaria, sobre la piedra, centenares de muestras pictográficas, las más recientes originadas por la etnia Carijona, cuya población se estima que actualmente es de un poco más de 400 personas. La temática de la pintura es: la caza, la recolección de alimentos, animales donde predomina el jaguar, y las manos de los primeros pobladores, símbolo de su conexión con la madre tierra.
La visita a la época del Paleoindio ha terminado, y lo que resta del día no será suficiente para asimilar la trascendencia de lo visto en los murales, pero el trabajo debe continuar. Los especialistas en fauna y flora capturan nuevas piezas de ese rompecabezas que es la Sierra del Chiribiquete.
Los biólogos capturan los individuos de estudio, y les sacrifican, toda una paradoja de la conservación, los cortes sobre el cuerpo del animal en estudio son quirúrgicos, en el caso de los mamíferos, es muy difícil identificar con exactitud una especie sino se analiza su composición interna, por tanto, el biólogo sin disponer de quirófano, le separa en sus partes una a una con cuidado, pues al final deberá volver a ensamblar en estas mismas al individuo, para depositarlo luego en las colecciones de la investigación. Es el costo del conocimiento, y con este obtenido, el proceso de conservación de las especies tendrá mayor impacto.
La Sierra del Chiribiquete rompe en dos las teorías del poblamiento de América, Castaño defiende su tesis, si las fechas obtenidas por la datación de carbono de las pinturas rupestres son correctas, la evidencia podría apuntar a que los primeros habitantes se asentaron en el Chiribiquete mucho antes de lo que cuenta la historia que conocemos.
La expedición Colombia Bio, concluyó en febrero de 2017. Cerca de 20 investigadores hicieron un reconocimiento de la serranía por un periodo de 12 días, en busca de nuevas especies, enriqueciendo entre otros al Sistema de Información sobre Biodiversidad (SiB).
La ciencia ha logrado entrar al prístino recinto del Chiribiquete, los resultados están siendo publicados, se están realizando documentales los cuales se presentan en televisión nacional. No es suficiente. La Serranía sigue en riesgo, la tala de bosques enteros avanza, por su borde exterior, reemplazando la selva por cultivos agrícolas, hectáreas arrasadas por los mismos descendientes de la región, reclamando el derecho a explotar el planeta sin mesura.
El sentido de la mano en la roca tan repetitivo en la pintura rupestre de Chiribiquete se ha perdido, la conexión con la tierra está rota.