La tarea del educador moderno no es cortar selvas, sino regar los desiertos. Clive Staples Lewis

Es común escuchar entre docentes una misma denuncia inquisidora contra la comunidad estudiantil, con vehemencia recurrente acusan a sus pupilos de demostrar una apatía general hacía el estudio y un notable desinterés por vincularse activamente en sus procesos de aprendizaje. A pesar de los miles de estudios sobre educación y la inscripción de nuevos modelos y estrategias pedagógicas en planeaciones diarias, mensuales o trimestrales por parte de los profesores, la animadversión hacia la educación (que en la mayoría de estudiantes se presenta) pareciera que va en aumento exponencial conforme vemos llegar una y otra generación más inconforme que la anterior. Da la impresión que el sistema educativo repele en vez de atraer; quizá porque la mano del profesor señala los errores en lugar de los caminos.

Ahora bien, del otro lado de la moneda, es evidente que muchos de los jóvenes colombianos no siguen viendo al estudio como una necesidad -como en antaño lo hicieron sus padres- sino como algo mucho peor, lo ven como una obligación. Esto, unido a su carácter menos dócil que el de sus antecesores, ha transformado al ejercicio educativo en una batalla épica. Es necesario re orientar los esfuerzos de educadores, comunidad educativa, gobierno, legisladores y todo aquel “doliente formativo”, hacia un cambio de paradigma: la educación, no por necesidad ni obligación, sino por placer.

En toda actividad humana se integran diferentes dimensiones del ser, por lo que vincular en los procesos educativos toda la esencia multidimensional de los educandos es imperante. Lo cognitivo no puede estar desligado de lo emocional, de lo psicológico, ni de lo comportamental, no se puede fragmentar ni mutilar al estudiante reduciéndolo a un simple ente que sólo necesita información y teoría, ya que es precisamente esta idea de un “alumno” que sólo adquiere conocimiento a través de una transferencia unidireccional y vertical de datos, la que se puede considerar como uno de los grandes errores de los modelos pedagógicos tradicionales que buscan generar comportamientos adecuados y respuestas mecánicas en ambientes repetitivos, premiando la rigidez de la memoria en detrimento de la autonomía, del pensamiento crítico y de la formación integral.

Para nuestros jóvenes, las aulas -en el marco de la educación tradicional- se han convertido en una especie de “cárcel” que los convierte en una suerte de trabajadores de manufactura, quienes por obligación y no por inspiración ni motivación, tienen que repetir miles y miles de los mismos modelos que se reproducen en masa sin un aparente uso significativo. El sistema educativo tradicional parece seguir un solo canal y un solo código, cuando podría emplear los multiversos que habitan en el ser de cada individuo que convive en el salón de clases, pero en vez de esto, prefiere condenar al estudiante a métodos arcaicos que sólo generan aridez donde deberían surgir campos floridos. Es imperante rescatar a la educación como fruto de un paraíso que no ha estado perdido sino secuestrado, se deben redoblar esfuerzos para concebir al educando como un agente activo y feliz constructor de su propio conocimiento en todas sus dimensiones; se le debe devolver el placer por aprender. La letra con sangre no entra.

Los medios masivos de comunicación se han esforzado por crear un mundo placentero para los jóvenes de este tiempo, y los educadores, no pueden hablar en otro idioma diferente, el placer es la moneda de cambio de este siglo. Basta con observar la publicidad en televisión y en redes sociales para deducir que el target más grande son los jóvenes. No se necesita ser muy perspicaz para observar que los bienes, servicios y productos que les venden, no hacen énfasis en necesidades vitales o calidad del producto, sino en el placer, una explotación de los sentidos a través de un hedonismo capitalista que ha posicionado a la juventud como el principal objetivo de las campañas corporativas. Estamos ante un mundo concebido y construido para la búsqueda, no de la felicidad ni del conocimiento, sino de todo aquello que sea placentero; sin olvidar, claro está, que este placer se les vende disfrazado a través de emociones efímeras que deben ser recicladas una y otra vez a velocidades alarmantes, tal y como nos ha advertido Bauman sobre esta sociedad liquida, que en su irreversible voluntad genera, no sólo formas de pensar, sino de actuar y de vivir alrededor de un placer momentáneo y urgentemente renovable.

Por lo tanto, es evidente la necesidad de contextualizar crítica y concienzudamente las prácticas educativas bajo el enfoque del individuo en la sociedad actual y en su búsqueda del placer y aunque los sistemas socioeconómicos nos vendan una idea errónea del mismo, se hace preciso abordar este concepto sin estigmatizarlo, sino rescatándolo de las garras de una sociedad de consumo voraz, alineándolo de nuevo con la necesidad del individuo por su crecimiento personal y en sociedad.

Esta visión del placer hace relevante la preocupación por el rumbo y el enfoque de la educación en nuestros tiempos, una educación más que retrograda, anacrónica y ciega; que no ve ni el presente ni el futuro. La educación, como afirma De Zubiría, debe estar más contextualizada a la realidad del estudiante y en lo que piensa ser y hacer en el futuro a partir de lo que es y hace ahora. Gran parte de la deserción en las aulas se presenta porque el estudiante no cree pertinente el estudio ni útil para lo que realmente quiere. Los jóvenes conciben el colegio como un centro de adoctrinamiento sobre datos poco pragmáticos e inconexos con lo que ellos son y lo que quieren ser, de aquí la necesidad imperante de proponer nuevos modelos que estimulen, no sólo el intelecto, sino el alma y los sentidos. Estamos ante la obligación y la responsabilidad, de crear una educación que no obligue, sino que seduzca, y para esto se debe tener como eje central al estudiante, sus necesidades y expectativas. Se debe aterrizar los currículos hacia ellos y no hacia los teóricos oxidados de siglos pasados, cuyos engranajes ya no encajan en el sistema operante de este tiempo. El profesor, entonces, también es protagonista.

En nuestros días, el docente que quiera encontrar, no sólo satisfacción, sino frutos en su labor, debe poner en duda todos los conocimientos que los educadores tradicionales han dado por sentado. Los maestros de hoy no pueden enseñar con la mentalidad del siglo XX a los jóvenes del siglo XXI, quienes han crecido con la certeza de la virtualidad y la tecnología al alcance de sus manos. Los estudiantes de esta época son individuos que manejan otros códigos y dominan otros lenguajes, el lenguaje del placer es uno de ellos, pero ¿Cómo introducir al placer en el aula? Basta con volver la mirada a la cotidianidad de los jóvenes para reconocer en la lúdica, una aliada eficaz, pero esta vez con un enfoque tecnológico y para esto será clave el manejo de las TICs que tanto atrae a la juventud actual; bien dijo Ausubel cuando señalaba que el factor más importante en los procesos de enseñanza-aprendizaje es averiguar lo que el alumno ya sabe y a partir de ahí, se le debe enseñar consecuentemente. La respuesta entonces radica en la visión y sensibilidad del profesor hacia sus alumnos para reconocer sus necesidades, porque la educación es más que una programación artificial y el placer es cosa de humanos y no de máquinas.