En el sujeto actual, la experiencia emocional concebida como excitación nerviosa extrapolada en imagen, en su trasegar a través de la percepción de su entorno se diluye con ingenuo entusiasmo hacia banales espectros sombríos, en la actualidad incluso hasta un estornudo se finge, aun cuando sea una primigenia respuesta fisiológica involuntaria. El sujeto moderno en su ingente afán acumulativo de posesiones solo atesora decepciones, que afecta con un placer etéreo y quizá engendrando la forma misma de la propia representación que del mundo le adviene. La administración de las esperanzas y de los afectos, ni siquiera aparece entre los problemas a ser resueltos por el Estado como elemento fundamental de la reconfiguración de la cultura, en función de plantear una trasformación en el ideario moral colectivo, ni mucho menos como fin del Estado. No se avizora que el derribamiento de todos los valores y de una voluntad afirmativa hunde sus cimientos en la cólera o el resentimiento, el cual circula como mercancía en el entramado de la subjetividad individual y colectiva, nutriéndose, a saber, de una opinión pública mercantilizada que no intenta explayar su juicio reflexivo más allá de una efímera afección emocional anquilosada ante el poder y al servicio del consumo, donde las prácticas sociales habituales alcanzan su cénit en el foco de enunciación mutacional que reorienta cualquier promesa enunciativa hacia intenciones insustanciales y serviles al poder. Incluso, la determinación de los influjos emocionales en las decisiones de Estado la podemos evidenciar en el poema de la Ilíada atribuido a Homero, por ejemplo, no fue el rapto de Elena por parte de Paris el motivo de la confrontación épica entre troyanos y los aqueos, como tampoco lo constituye la afanosa y oportuna ocasión que encontraron los reyes Agamenón y Melenao para apoderarse del reino de troya. A su revés, el fuego ardiente de un influjo emocional inoculó las fibras nerviosas de Aquiles; ello hasta provocar desde sus más entrañables anhelos la cólera funesta que trajo tantos males a los troyanos. En un enfado experimentaría una intempestiva decepción, los enardecidos lobos que ladraban sin control desde el sótano de su corazón cegaron su razón, sobreponiendo en oposición directa a esta el sentimiento de venganza como consecuencia de la prematura muerte de su primo Patroclo.
En la actualidad, la acción del sujeto de resentimiento no surte su concreción en el entretejido de las prácticas sociales replegadas sobre el mundo de los objetos, no alcanza incluso el rango de hipótesis que guarde relación alguna con los fenómenos del mundo. A lo sumo, se condensa en una ilusoria ficción reactiva que flagela el espíritu convirtiéndolo en objeto de agresión simbólica, sustrayéndolo a la imposibilidad de actuar en el mundo. El sujeto de resentimiento se engalana con el atuendo de la impotencia al no poder actuar, el deseo del hombre se ha constituido en endeble sensación de una afección externa; la imagen que le sobreviene de aquel, no representa el imago de un mundo exterior concreto promisoriamente rico en experiencias y juicios acertados, sino por el contrario un sueño ficticio. Los colores de las emociones no logran constituirse en un haz de predisposiciones ante reacciones concretas en contacto directo con el entorno ¿Para qué serviría la provisión de colores a quien no posee sensibilidad estética? ¿Para qué serviría al hombre de las cavernas la piedra como lienzo si hubiese prescindido del miedo ante el peligro que le significaba el mundo exterior?
La imposibilidad del Estado de administrar eficazmente las emociones le ha representado un costo elevado, empero, la tarea de enmendar este déficit corresponde a quienes agencian la acción política. Ello se ha visto reflejado en la fragmentación de la democracia hacia concepciones que distan de considerarse ideológicas, convertidos en moneda de cambio los valores democráticos se vuelven ciervos del interés personal, diezmando a generaciones y condenando a la miseria los más elevados anhelos de la virtud colectiva. En la actualidad, el actuar político se constituye en el remedo de una mercadotecnia cuya práctica se abisma en satisfacer pretensiones personales conducentes con apilar un margen de rentabilidad, algo muy ajeno a lo que realmente se puede considerar como acción política en su acepción primigenia, la política en los albores de nuestro tiempo no encuentra un punto de conciliación entre partidos opositores, no hay una fisura por la cual la conciencia de sus actores haga catarsis ante el refreno de sus impulsos irreflexivos, el veredicto del juicio como gestor de las emociones cae preso ante la valoración de una razón sínica, en su conciencia moral no hay un punto de inflexión que depure su lado más primitivo, sus pulsiones o instintos de agresión simbólica galopan libremente en el teatro de meras ficciones.
La lógica del capitalismo moderno avanza con su axioma fundamental consistente con generar rentabilidad y ganancia al margen de unas nuevas dinámicas incomprensibles aun para la mente del sujeto de resentimiento, sin que se suturen las heridas del odio exacerbado que desdibuja cualquier proyecto democrático. Muestra de ello es el parlamento colombiano, en cada sesión emergen discusiones caracterizadas por no pretender debatir enserio lo que se pretende querer decir; no se debate para remediar los males del Estado y de la población en general, a lo sumo, el discurso se configura en una encolerizada excusa para desahogar impulsos reprimidos, el sentimiento de agresión simbólica se constituye en el motor que nutre la crítica política. El sentimiento de placer en ese sentido nace del puro afrentar y del sentimiento de negación, produciendo descontento, ningún remedio prestado a las situaciones adversas de nuestro país engendra soluciones ante las problemáticas que lo subsumen. En cualquier caso, la raíz del resentimiento va acompañada de una actitud especialmente valorativa en relación con los demás. El irreflexivo sujeto de resentimiento obtiene de su propia valoración y plenitud inconsistente una conciencia falaz, de donde se deriva su afirmación artificial, por ejemplo, el “distinguido” político en nuestro país, vive su propia valoración antes de establecer un nexo de comparación con los demás, la visión que tiene de sí se convierte en la condición de posibilidad para el escrutinio que de los valores realiza a partir de su propia percepción, la propia valoración de sí se lleva a cabo en función de una comparación patológica con los demás, ante lo cual se siente insustituible en su posición denominada narcicismo desde Freud.
