El hombre necesita narrar para entender. De siempre ha sido conocido y se ha dicho que la vida tiene que ver con la narración; hablamos de la historia de una vida para caracterizar el intervalo entre nacimiento y muerte (…) A esta relación entre relato y vida, quisiera aplicar la máxima de Sócrates según la cual una vida no examinada no es digna de ser vivida.
A propósito de la vida, contamos historias —concluye Ricoeur— porque… las vidas humanas necesitan y merecen contarse. Esta observación adquiere toda su fuerza cuando evocamos la necesidad de salvar la historia de los vencidos y de los perdedores. Toda la historia del sufrimiento clama venganza y pide narración en “La vida: un relato en busca de narrador”. (C) P. RICOEUR, Tiempo y narración I cit., 150 (El subrayado es nuestro). A mi manera, desde mi sentir y formas de decir, quizás muy embebido de A. Schopenhauer, traduzco el texto de Ricueur de la siguiente manera: Toda tragedia merece ser narrada.
A propósito de Ricoeur, les contaré una historia, se llama Eutimia
Una palabra inesperada en un consultorio psiquiátrico con el Dr. Rivas me llamó poderosamente la atención y duda como lector, quizás por desconocimiento, un tanto tedioso, un lenguaje propio del área médica u otras disciplinas. Acto seguido escuché, leí y releí el diagnóstico de una historia clínica donde aparecía esta palabra: eutimia. Entonces la escaneé. Decía textualmente lo siguiente como parte del crudo y apabullante diagnóstico de la paciente llamada fraternalmente aquí eutimia. Decía lo siguiente: Paciente “Eutímica”, de eutimia con “pobreza ideoverbal”, sin evidencia de Psicosis.
Lo anterior sucedió en el consultorio de un pusilánime psiquiatra al que le paga una empresa prestadora de servicios, EPS para el caso de Colombia. Allí como hecho digno de narrar ocurrió un hecho de la vida que al lector le resultó curioso, dicente. Ocurrió que el médico psiquiatra, aún sin mirar de frente a la paciente Eutimia y sus familiares, perpetró tres determinantes preguntas. Preguntas por lo demás aparentemente sencillas para alguien con cordura “normal”.
Preguntó a la paciente: 1. ¿Con quién vive usted? 2. ¿Cuántos hijos tiene? acto seguido, serena y abiertamente preguntó a la paciente con voz baja y plana: “Eutimia”, seudónimo de la paciente, ¿quiere usted seguir viviendo? a lo que la serena paciente eutímica, como confusa o extrañada y ternura casi infantil -pura, diría yo- y mirando derredor a dos de sus críos respondió:
–“Vivo con mi mamá”, lo cual no es verdad en la vida real porque ya murió; tengo cinco (5) hijos, mientras en su mano contó al tiempo que la mano abrió, lo cual si es verdad. Ah…de Felicidad su cara sonrió y acto seguido a dos de sus críos volvió y miró, obvio, porque acertó. Por último, en medio de su demencia senil, esta perla de frase respondió: “Si Dr. quiero seguir viviendo, estoy amañada con la vida”.
La pregunta que surge es: ¿Por qué quiere seguir viviendo la señora Eutimia de 79 años, pese al desgarrador diagnóstico de demencia senil que hace que pierda la memoria y que por momentos hace que se desconecte de la realidad y el presente? La pregunta es por el sentido. ¿Qué anima a Eutimia a seguir y a encontrar aún sentido? Es simplemente una, otra pregunta de tantas que suelo hacerme por el sentido, entonces recordé al escritor alemán Víctor Frank.
Ahora interpolemos un poco para pasar este sabor amargo. La pregunta es qué tipo de preguntas hacemos a nuestros estudiantes para conocer sus saberes y sus mundos cargados de emociones. ¿Las preguntas del aula ayudan al estudiante a encontrarse, a conocerse? ¿Qué acciones de auto cocimiento y acciones sobre sí mismos promovemos desde el aula a estudiantes para alcanzar la eutimia, que para los antiguos era un cierto grado de felicidad, buen humor y alegría? Lo digo porque la señora de 79 años aún en medio de su enfermedad reflejaba cierta alegría, como una hermosa y oculta paz interior.
Sigamos. Al salir del consultorio busqué la palabra Eutimia y decía en la internet: eutimia (del griego: eu, bueno, y timos, ánimo) es un estado de ánimo normal, tranquilo. Comúnmente se utiliza en psiquiatría para definir a la fase de normalidad situada entre episodios de manía o depresión en pacientes con trastorno bipolar. Durante esta fase, los pacientes no presentan síntomas y su duración depende de «la eficacia del tratamiento farmacológico y la psicoeducación» qué es una herramienta que busca que pacientes y familias conozcan la naturaleza de la enfermedad, promoviendo autonomía y reintegración social. Y esto fue lo que hizo el psiquiatra. Preguntó a sus críos ya bien entrados en edad lo siguiente: ¿qué creen ustedes que es lo que le pasa a la Eutimia, su mamá? En otras palabras preguntó: ¿qué saben ustedes sobre qué es la demencia senil?
En la antigüedad, filósofos como Séneca y Plutarco aludieron a una obra que Demócrito que habría dedicado al estudio de la euthymia, entendida como «buena disposición del alma» o «buen humor» y, en general, alegría. Dicho estado es concebido como equilibrio o tranquilidad del alma, y pueden acceder a él quienes saben adaptar sus acciones a lo que son capaces de hacer. Por tanto, se concibe tal alegría como conocimiento de sí mismo, y su logro es posible a través de la acción sobre uno mismo. Según dicha tradición, la eutimia como bien interior tendría su sede en el alma y su obtención estriba en un buen uso de la razón. De su posesión dependería la posibilidad de realizar obras buenas y justas. Dicha concepción recuerda a los postulados socráticos de la justicia como bien propio del alma y dependiente de la recta razón, popularizados más tarde en la tradición filosófica occidental.
Entonces pensé en el que hacer docente, psicoeducativo, pensé en el pedagogo Julián de Zubiría, pero sobre todo pensé en Mary, la Psico orientadora de la Institución educativa, IE donde laboro como docente de aula. Allí veo y confronto todos los días más problemas emocionales que académicos, tanto de estudiantes como de docentes.
Entonces para ahuyentar mis tristezas y tormentos de docente y abuelo educador, no canto, sino que exclamo: Felices los normales. Vino entonces a mi mente un poema de Roberto Fernández Retamar, poeta cubano, que, quizás, digo, pueda decir lo que mi garganta, mis preguntas y mis soledades no pueden gritar.
Entonces en silencio bajo la compañía de un tímido ratón ladronzuelo de mi casa, leo esto para ustedes.
FELICES LOS NORMALES
A Antonia EirizFelices los normales, esos seres extraños.
Los que no tuvieron una madre loca, un padre borracho, un hijo delincuente,
una casa en ninguna parte, una enfermedad desconocida,
los que no han sido calcinados por un amor devorante,
los que vivieron los diecisiete rostros de la sonrisa y un poco más,
los llenos de zapatos, los arcángeles con sombreros,
los satisfechos, los gordos, los lindos,
los rintintín y sus secuaces, los que cómo no, por aquí,
los que ganan, los que son queridos hasta la empuñadura,
los flautistas acompañados por ratones,
los vendedores y sus compradores,
los caballeros ligeramente sobrehumanos,
los hombres vestidos de truenos y las mujeres de relámpagos,
los delicados, los sensatos, los finos,
los amables, los dulces, los comestibles y los bebestibles.
Felices las aves, el estiércol, las piedras.
Pero que den paso a los que hacen los mundos y los sueños,
las ilusiones, las sinfonías, las palabras que nos desbaratan
y nos construyen, los más locos que sus madres, los más borrachos
que sus padres y más delincuentes que sus hijos
y más devorados por amores calcinantes.
Que les dejen su sitio en el infierno, y basta.Roberto Fernández Retamar. La Habana, Cuba, 1930-2019.
Omarucho, editorial El Retrete, La Cumbre, Valle, Septiembre 02 de 2022